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¿Qué puedo hacer si mi peque rechaza la comida?

La neofobia es un comportamiento restrictivo de la alimentación por el miedo rechazo a probar alimentos nuevos. Suele darse durante la etapa de 18-24 meses y es algo bastante habitual en los pequeños. Es parte de su proceso evolutivo, ya que es una acción defensiva ante nuevos alimentos o alimentos que no conocen por su posibilidad de ser tóxicos.

Antes de llegar a esta fase es muy importante que conozcan todos los alimentos o la mayoría de ellos. Y no hablo de probar todos los alimentos, sino de conocer los alimentos con su textura y sabores originales, no que estén todos triturados en un puré. De esta forma, su alimentación no quedará limitada a una pequeña cantidad de alimentos conocidos, sino que su campo de elección será más amplio. Esta aversión suele repetirse con los mismos alimentos y la forma de introducirlos no es obligándolos a comer o chantajeándolos con premios. La mejor forma de introducirlos es con mucha paciencia y con repeticiones. Está demostrado que los niños no aceptarán un alimento nuevo hasta que no se hayan realizado al menos unas 15 exposiciones. Por lo tanto, a más frecuencia mayor aceptabilidad.

Ayuda mucho en esta fase la técnica ‘sabor-sabor’ en la que se da el alimento conocido, por ejemplo, la patata junto con aquel que no le gusta tanto, por ejemplo, calabacín. Si su plato contiene patata y un poco de calabacín, quizás ese día no lo coma, pero con la frecuencia y asociándolo a un alimento que sí le gusta, puede ayudar a su aceptación.

Otra estrategia a seguir es hacerlos partícipes de su alimentación. Quizás los veamos demasiado pequeños como para que comprendan lo que realmente pasa con los alimentos que llegan hasta su plato, pero no debemos subestimar sus capacidades, comprenden mucho más de lo que nos imaginamos. Y una buena forma de ayudarlos a familiarizarse con los alimentos es hacerlos partícipes desde su compra hasta su preparación. Dejarlos coger en el súper los alimentos: “Cógeme una berenjena, no eso es un pimiento, la moradita…”. Esta clase de experiencias, acompañadas en casa con su preparación, ayuda a mejorar la relación con los alimentos.

Huelgas de hambre

Son etapas frecuentes en los pequeños que pueden durar desde dos días hasta dos semanas, que suelen preocupar mucho a las familias. Se trata de la no ingesta de ningún alimento. Normalmente suele deberse a ciertos cambios físicos o del entorno que afectan al pequeño, como que destete algún cambio en su cuidador, menos tiempo en familia, incorporación a la escuela infantil… Su forma de expresarse es esta, comiendo muy poco (quizás solo leche) o no comiendo directamente. No debe preocuparnos, son etapas. Además, si al menos toman leche, debemos estar tranquilos por esa parte.

Quizás pueda ayudar detectar exactamente a qué los ha llevado a esa huelga de hambre, intentar que comprendan el porqué de esa situación. Por ejemplo, si ahora necesitáis que se queden a comer con los abuelos, anteponeos a esa situación e id con ellos a comer y con los abuelos, que os vean en familia ayuda a aceptar mejor la situación. Y si no es posible, simplemente debemos dejar que pasen de la forma más respetuosa posible, sin obligarlos a comer.

Si vemos que esta situación dura mucho tiempo y lo vemos poco activo o decaído, debemos llevarlo al pediatra. A veces la falta de hierro crea inapetencia, pero suele acompañarse de este decaimiento, por lo que es fácilmente detectable.

Predicar con el ejemplo

No conseguiremos nunca que nuestros pequeños lleven una alimentación saludable si no lo ven en nuestro entorno familiar. Predicar con el ejemplo no es lo mismo que predicar con la palabra, es necesario que el niño nos vea comiendo ese alimento sin darle más importancia a la situación. El ejemplo que dan los cuidadores es más eficaz a la hora de mejorar la alimentación del menor que los intentos de controlar su dieta (Public Health Nutrition).

Si nuestra alimentación no es adecuada, incluso si durante el embarazo no lo fue, la predisposición genética hacia alimentos hipercalóricos (dulces y con grasas) aumenta, pero de nosotros depende modificar esta situación, pudiendo atenuarla o incrementarla.

Y ya que hablamos de alimentación durante el embarazo, se sabe que la alimentación de la madre va a influir en las preferencias futuras de la alimentación del bebé. Además, la alimentación de la madre durante la lactancia también puede afectar, aumentando la aceptabilidad de frutas y verduras en caso de ser parte de la alimentación habitual de la madre.

Consecuencias de obligar a comer

Las consecuencias de obligar a vuestro pequeño a comer creará una mala relación con la comida y esto lo puede acompañar durante toda su infancia o incluso hasta la adultez.

Solemos obligar a comer alimentos que consideramos saludables, por los cuales suelen tener menos apetencia. Concretamente, estos son los alimentos que no comerán, porque son los alimentos con los cuales obligamos. Y si además cometemos el error de chantajear con esos alimentos, enfatizando otros como «cómete el brócoli y te daré un helado», aquí también comenzamos a crear asociaciones emocionales con la comida, con las consecuencias que estas actuaciones pueden crear, como trastornos del comportamiento alimentario.

Obligar a comer no sólo puede afectarles en su relación emocional hacia la comida, sino que también pueden afectarles a nivel fisiológico. Esto es así porque tenemos un mecanismo de autorregulación de ingesta: ciertas hormonas influyen a la hora de alimentarnos, entre ellas las más importantes la hormona Ghrelina (nos indica que debemos comer), leptina (nos indica que debemos parar de comer) y la insulina (interviene en la reserva energética). Aunque este sistema es mucho más complejo, podemos decir que se trata de un sistema que puede ser afectado por factores externos, perdiendo su capacidad de autorregulación de hambre y saciedad. Cuando obligamos a aumentar la ingesta alimentaria, influimos en el aumento de las reservas energéticas y esto no es más que una mayor reserva de grasas y creación de nuevos adipocitos (células grasas).

Durante la infancia, concretamente hasta los 7 años aproximadamente, sus células adiposas crecerán en número, y una vez adultos en proporción al número de células creadas, estas mismas crecerán en tamaño. Por lo que a más número de células grasas, más probabilidad de sobrepeso. Una vez creadas estas células no se destruirán y los acompañará durante toda su vida. Un niño obeso tendrá más probabilidad de ser un adulto obeso. Además, estas células grasas crean una serie de sustancias proinflamatorias, las cuales e ha demostrado que también influirán en el desajuste hormonal y en el mecanismo de hambre-saciedad.

¿Qué podemos hacer para no llegar a estas situaciones o sobrellevarlas?

– Importante tener mucha paciencia, respetar su necesidades, gustos y preferencias. Si hoy no se come el brócoli o no le apetece, lo damos otro día. Hay muchas verduras.

– Ofrecer alimentos saludables y no accedamos a ofrecer alimentos superfluos. De esta forma, evitamos la perversión de su paladar. Tanto los alimentos salados como los alimentos dulces aumentan el umbral del sabor, esto provoca que aquellos alimentos que no tienen tanto sabor no apetezcan tanto. Por lo que debemos evitar llegar a recurrir a ellos para que coman algo.

– Evitar distracciones durante la comida, como móviles, tablet o televisión. Hacer que la comida sea un momento en familia consigue que los pequeños estén atentos a lo que comen y disfruten de la comida.

– El momento de comida en familia ayuda a que esta etapa sea mucho más fácil, ya que sus experiencias las van a vivir en el entorno familiar (momento positivo) y comerán más por imitación.

Jéssica Gutiérrez

Nutricionista NºColg AND00713

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